Hoy quiero contarles una historia. La historia de Tino:
Tino era un niño común con gustos comunes. Le gustaban el Llanero Solitario:
Los Muppets:
Y claro, Superman:
Su madre era una señora muy piadosa, y lo llevaba a todos los servicios religiosos, donde una y otra vez, los buenos pastores hablaban de la infinita misericordia de Nuestro Señor:
Entre los pastores, había uno que Tino y su madre apreciaban mucho: el padre Ira. Contrario a lo que su nombre decía, el padre Ira era una persona muy tranquila y gentil, y muy querida en su comunidad por el cariño que les tenía a los niños del coro. Incluso se ofrecía a cuidarlos esas noches en las que sus padres no podían:
¿Allí dice otro nombre? Sí. El padre Ira esa una persona muy misteriosa. No decía mucho de su vida personal, ni de su pasado. En realidad, se sentía avergonzado de si mismo. Verán, sus pensamientos no giraban en torno a las cochinadas que hacía con los niños, sino en otra dirección muy distinta:
Un día, no pudo seguir fingiendo y desapareció. Eso fue un duro golpe para Tino, que pensó que era su culpa: no había estado muy dispuesto la noche anterior. Esto vino a hacer flaquear su fe. Aparte, le parecía que sus amigos se la pasaban muy bien sin ir a la cofradía a flagelarse:
Además, ellos oían música de moda:
Que eran, dicho sea de paso, cosas que no tenían nada que ver con lo que su madre le permitía escuchar:
Todo esto (la pérdida de apoyo espiritual, las malas influencias…) hizo que poco a poco se fuera perdiendo y empezara a volverse rebelde. Un día, harto del conformismo y la represión familiar, agarró sus cosas y se largó a buscar aventuras:
En su largo viaje de autodescubrimiento, Tino experimentó con toda clase de drogas. Las pesadillas y alucinaciones que le provocaban eran a veces espantosas:
No era para menos: había visto por todo el camino los espectáculos más grotescos que hubiera podido imaginar, y había escuchado de boca de sus supuestos amigos las confesiones más aterradoras:
Después de algunos años de vivir en el fondo del abismo, su aspecto había cambiado, todo en él era diferente. No era ni la sombra del niño bueno que había sido:
A veces era tal su estado que no recordaba lo que había hecho la noche anterior, y a veces días enteros se borraban de su memoria. Éste era uno de esos días. Estaba allí, en un cuarto maloliente de un hotel barato, con otra persona igual de confundida que él. No sabían sus nombres siquiera. La vergüenza era mutua. A pesar de ello, encontraba algo familiar en aquella mujer que no lo dejaba tranquilo.
- ¿Te conozco de algún lado? – dijo Tino
- Eh… no lo creo
- Me llamo Tino
- Ummm… no me acuerdo de ningún Tino – Su mirada, sin embargo, se había desviado, dejando entrever que algo recordaba.
- Yo sé que tú me conoces
- ¿De verdad quieres saber?
- Sí. Esto es muy embarazoso
- Muy bien
Y entonces, el padre Ira le mostró su viejo permiso de conducir, y le platicó su historia:
Eso fue la gota que derramó el vaso. Horrorizado, avergonzado, devastado, Tino salió de allí dispuesto a ponerse enfrente del primer automóvil que pasara por la avenida. Afortunadamente, un alma caritativa le salió al paso reconfortándolo:
Tino encontró sus gafas de acrílico encantadoras. Con el tiempo, encontró el consuelo en aquél Dios que había despreciado:
Y ahora, mejor peinado, rasurado y con una nueva actitud, Tino habla de sus experiencias con los jóvenes dispuestos a oírlo:
Conste que se me quedaron muchas, pero muchas más imágenes para compartir con ustedes, pero por hoy es suficiente. Que duerman bien.