Hace unas semanas empecé a usar esta cosa que le llaman Internet. Realmente me he llevado una gran sorpresa. Yo no daba un kópec por algo así. Me preguntaba para qué podría usar el hombre común una computadora. Para qué "digitalizar" la información si tenemos bibliotecas y archivos públicos que funcionan de maravilla. Demonios, en mis tiempos había microfilms pero la gente seguía leyendo sus periódicos. Sin embargo, en estas semanas me he dado cuenta de lo que realmente significa esto: Nosotros los usuarios tenemos la increíble y fantástica suerte de vivir en un momento culminante de la evolución humana: estamos rodeados de genios. En los cafés, en los blogs, en los foros de internet, en cualquier lugar donde se pueda expresar una opinión se respira un clima de tertulia bastante agradable. Se habla de todo: las cloacas de la religión se abren, los resquicios oscuros de la economía y la política son iluminados con la luz de la discusión, y hasta por primera vez se discute acerca de nuestro destino como especie, algo que requiere un nivel de abstracción mental tal que le está vedado a cualquier otra (y hasta hace poco tiempo, a nosotros mismos). Supongo que todas aquellas personas que participan en la gran conversación global están conscientes del poder que se les ha sido entregado y lo que éste conlleva. Se les ha dado el poder de expresar su opinión de manera instantánea y que ésta llegue a todos lados. Es una revolución tan importante como la escritura: ésta nos dio la posibilidad de poder registrar nuestros pensamientos y que alguien más los usara en su beneficio. Ahora esos pensamientos pueden viajar en cualquier dirección, hacia cualquier destinatario, a la velocidad de la luz.
La parte de mi mente que mejor puedo llamar "humana" (aunque también me gusta llamarle mi parte "espiritual"), aquella que guarda mis obligaciones para con mis semejantes, así como mi deseo que comparto con todo el mundo de que la humanidad crezca cada vez más y mejor, y que en última instancia, alcance la plena felicidad, siente una profunda gratitud con los hados del tiempo que me han permitido existir en este resquicio de la historia. Mi humanidad se siente asimismo impaciente ante el advenimiento de una nueva realidad que este clima de discusión permanente seguramente traerá consigo, así como con una gran fe en el futuro. Por otro lado, aterrizar todo este cúmulo de buenas intenciones a algo inmediato me resulta bastante difícil. Verán, para empezar no me siento capaz de expresar mi opinión en este mundo de opiniones. Yo soy un simple mortal falible, voluble, con amor propio. He sido educado bajo el precepto "si no lo haces bien, mejor no lo hagas"; personalmente comulgo con ello. Además, "verba volant, scripta manent": las palabras vuelan, lo escrito permanece. Mis errores, una vez publicados, permanecerán de una u otra forma flotando por allí. Más a favor de la moderación. Por eso, cuando llego a la parte de expresar mi opinión, me quedo sin palabras. ¿Qué más puedo añadir a lo que ya está escrito?He leído "hilos" enteros de cincuenta, cien comentarios, en los que la gran mayoría son cacofonías que desvirtúan el intercambio de ideas y lo convierten en una suerte de charla tabernaria; no quiero contribuir a eso. Supongo que el que escribió lo que acabo de leer ha actuado de buena fe, ha meditado lo que ha escrito, se apoya en los hechos y en la razón, y por eso defiende tal o cual postura con ahínco. ¿Quién al que le preocupe ya no digamos su buen nombre, sino la búsqueda de la verdad, se atrevería a decir falsedades o sustentar sus dichos en rumores y suposiciones? "Es usted un ingenuo", dirán ustedes. "Gente que ha mentido y actuado de mala fe ha existido siempre. Igual gente que sin estar segura de lo que dice lo dice de todos modos". Sí, lo sé. ¿Por qué entonces deberíamos cambiar precisamente ahora? Por el simple hecho de que nuestras palabras ya no se dirigen a un vecino, o a un extraño con el que nos cruzamos en la calle, sino a toda la humanidad. Ahora, toda la humanidad es nuestra audiencia. Aunque no nos lean o escuchen los seis mil millones de seres humanos, les debemos respeto a todos y cada uno de ellos por el hecho de usar el canal máximo de comunicaciones. Les debemos la verdad por el hecho de que cualquiera de ellos, en cualquier momento, puede usar esa opinión que vertemos como base de sus propias opiniones, y a nadie le gusta que le mientan. En nuestro hogar podremos hacer lo que nos venga en gana, pero al salir a la calle se nos pide un mínimo de modales. Pues aquí es lo mismo.
La parte de mi mente que mejor puedo llamar "humana" (aunque también me gusta llamarle mi parte "espiritual"), aquella que guarda mis obligaciones para con mis semejantes, así como mi deseo que comparto con todo el mundo de que la humanidad crezca cada vez más y mejor, y que en última instancia, alcance la plena felicidad, siente una profunda gratitud con los hados del tiempo que me han permitido existir en este resquicio de la historia. Mi humanidad se siente asimismo impaciente ante el advenimiento de una nueva realidad que este clima de discusión permanente seguramente traerá consigo, así como con una gran fe en el futuro. Por otro lado, aterrizar todo este cúmulo de buenas intenciones a algo inmediato me resulta bastante difícil. Verán, para empezar no me siento capaz de expresar mi opinión en este mundo de opiniones. Yo soy un simple mortal falible, voluble, con amor propio. He sido educado bajo el precepto "si no lo haces bien, mejor no lo hagas"; personalmente comulgo con ello. Además, "verba volant, scripta manent": las palabras vuelan, lo escrito permanece. Mis errores, una vez publicados, permanecerán de una u otra forma flotando por allí. Más a favor de la moderación. Por eso, cuando llego a la parte de expresar mi opinión, me quedo sin palabras. ¿Qué más puedo añadir a lo que ya está escrito?He leído "hilos" enteros de cincuenta, cien comentarios, en los que la gran mayoría son cacofonías que desvirtúan el intercambio de ideas y lo convierten en una suerte de charla tabernaria; no quiero contribuir a eso. Supongo que el que escribió lo que acabo de leer ha actuado de buena fe, ha meditado lo que ha escrito, se apoya en los hechos y en la razón, y por eso defiende tal o cual postura con ahínco. ¿Quién al que le preocupe ya no digamos su buen nombre, sino la búsqueda de la verdad, se atrevería a decir falsedades o sustentar sus dichos en rumores y suposiciones? "Es usted un ingenuo", dirán ustedes. "Gente que ha mentido y actuado de mala fe ha existido siempre. Igual gente que sin estar segura de lo que dice lo dice de todos modos". Sí, lo sé. ¿Por qué entonces deberíamos cambiar precisamente ahora? Por el simple hecho de que nuestras palabras ya no se dirigen a un vecino, o a un extraño con el que nos cruzamos en la calle, sino a toda la humanidad. Ahora, toda la humanidad es nuestra audiencia. Aunque no nos lean o escuchen los seis mil millones de seres humanos, les debemos respeto a todos y cada uno de ellos por el hecho de usar el canal máximo de comunicaciones. Les debemos la verdad por el hecho de que cualquiera de ellos, en cualquier momento, puede usar esa opinión que vertemos como base de sus propias opiniones, y a nadie le gusta que le mientan. En nuestro hogar podremos hacer lo que nos venga en gana, pero al salir a la calle se nos pide un mínimo de modales. Pues aquí es lo mismo.
1 comentario:
Gran reflexión de internet; gran fumada de nerd.
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