Lo que me pasa en la oficina es que no me puedo concentrar cuando una canción tiene letra: me pongo a cantarla (o murmurarla en el idioma universal del washawasheo, verdadero esperanto musical) o me emociono de más y tengo que dejar lo que estoy haciendo (No Distance Left To Run siempre es un gancho al hígado). Tampoco puedo estar sin música, porque el silencio de la oficina que solo se rompe con el sonido de los teclados y los clics de los ratones me deprime un poco. Así que últimamente he tenido que recurrir a métodos poco convencionales, como sintetizadores setenteros que están a un paso de ser música New Age, a cargo de Tangerine Dream, un grupo con mucho pedigrí en ese género. Creo que con la edad empiezas a apreciar más ese tipo de música atmosférica. Ustedes saben, tiene su encanto escuchar un montón de sonidos y melodías que salieron de máquinas primitivas allá en los 70 (En Berlín, oiga usted), que parece fueron hechos para ambientar documentales, museos, colecciones de ciencia ficción, qué se yo. Algo así como el futuro que nunca fue. Con el tiempo, en los 80, se volvieron simplemente repetitivos (como casi todos los artistas pasado un rato, hay que decirlo), pero ya habían hecho cosas como Zeit, un disco que puede ser para usted una sinfonía al tedio o el soundtrack del espacio intergaláctico:
¿Aburrido? Tal vez. Pero hasta lavarse los dientes (o en mi caso, programar) se envuelve en un aura mística y majestuosa con estos ruiditos compuestos al girar perillas al azar. A lo mejor por eso es tan popular la música New Age. En cualquier caso, cuando quiera volver al mundo de los vivos, pongo a Franz Ferdinand o ya de perdida a Kraftwerk.
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