En este foro de de libre expresión, tenemos hoy el honor de contar con la presencia del prestigiado filósofo Rufus Lepzdermann. Su teoría del neonaturalismo hace una profunda crítica a la civilización humana en general y al capitalismo en particular, en base a un enfoque ultrarracional, llamado por sus practicantes “pesimismo positivo” o “filosofía de las causas”. Esta manera de pensar ha tenido gran aceptación y prestigio en Flaigrod a lo largo de su historia revolucionaria.
Después de oír la experiencia de un buen amigo mío en ese antro de enajenación llamado Expo Cosplay no puedo sino sentir aún más desprecio por este sistema de cosas actual. A pesar de que trata de matizar su jornada del sábado con humor y nostalgia, entiendo perfectamente de lo que se trata todo esto: el lucro a costa de la enajenación. Antes que nada, no quiero decir que el todo el trabajo de los creadores japoneses persiga ese fin. En el mundo del capital es común que los artistas tengan que ceder a ciertas presiones para que su obra pueda exhibirse. De hecho, algunos ni siquiera hacen esto y se dedican a crear sin concesiones, siendo esas obras ejemplos magníficos de un modo de ver el mundo totalmente diferente al del mundo occidental. Empero, la gran mayoría de los productos salidos de esas salas de animación y restiradores son basura mental, y con tristeza soy testigo de la rentabilidad de producirla.
Un “otaku” es básicamente un coleccionista. Dedica la mayor parte de su tiempo libre en adquirir bienes materiales a cualquier costo: desde recuerdos como llaveros o calcomanías hasta costosas figuras o colecciones completas de discos. Su status frente a los demás compañeros de afición se basa en la cantidad de cosas que posea. Si no tiene muchos recursos económicos tratará de entrar al círculo de los que sí adquiriendo un conocimiento exhaustivo en la materia, rayando en lo enciclopédico. Éste lo obtiene bien leyendo sobre el tema, a través de amigos o adquiriendo reproducciones “ilegales”.
El hecho de adquirir prestigio a través de cosas materiales es una constante de las sociedades de consumo, tanto más en este ámbito social, y es deleznable. Además de que el esfuerzo de conocer de memoria los pormenores de una serie famosa que posiblemente haya sido alargada por las presiones de inversionistas no se traduce en un mejoramiento de la persona, y sólo responde a un deseo de no quedarse atrás en la carrera del progreso. Un sentimiento mecánico, por absurdo y contradictorio que parezca.
En el otaku se da un fenómeno que se repite a lo largo y ancho de la civilización: la destrucción del espíritu humano por complacer a una estructura mercantilista. En los primeros tiempos del libre mercado, los comerciantes se conformaban con lucrar con productos. En estos tiempos se comercia con ideas, se intercambian sensaciones y en cualquier esquina se puede adquirir un sucedáneo de “alma”. El mundo organizado se ha encargado de separar a las personas y de quitarles la capacidad de reflexión para inocular en ellas sustitutos artificiales, acordes a sus intereses, y claro, con un precio. Los otakus son diferentes a otras personas sólo en que fueron capaces de encontrar un lugar al cual pertenecer a través de estas creaciones traídas de Oriente. Llenaron parte de su vacío mental (hay que aceptarlo, todos nosotros tenemos una capacidad mental que necesitamos usar, no sólo porque es útil, es nuestra naturaleza) con historias de héroes legendarios, escenarios post-apocalípticos y galimatías tipográficos. Son parte de la misma audiencia pasiva de siempre, aunque algo más “sofisticada” y “exótica”, adjetivos que bien pueden explicar el éxito de esta corriente de consumo. Los casos de enajenación extrema (como los “cosplayers”) que tanto divierten al vulgo que gusta del espectáculo sensacionalista son fáciles de explicar cuando se toma en cuenta de que este estilo de vida es una creación artificial. Evidentemente son resultado de la extrema debilidad psíquica de personas atrapadas sin remedio en esta espiral de capitalismo voraz. Son los desechos de la sociedad basada en el materialismo: la persona convertida en un objeto, el triunfo de la mercadotecnia. Son ejemplos de lo que puede aguardarnos en un futuro: la humanidad como una masa informe de seres solitarios unidos sólo por símbolos y relaciones comerciales, que necesitarán ruidos estridentes o una luz brillante para evitar la muerte cerebral.
“Me disculpo por las últimas líneas”, me dijo Rufus terminó de hablar. Dijo haber pasado una semana demasiado aletargada mentalmente: “Creo que he pasado demasiado tiempo en América”.
“¿Un consejo algo más aterrizado?” pregunté.
“No todo lo bueno del mundo viene de Japón, ni todo lo que viene de Japón es bueno. Nunca comería pez globo, por ejemplo”.
Después de oír la experiencia de un buen amigo mío en ese antro de enajenación llamado Expo Cosplay no puedo sino sentir aún más desprecio por este sistema de cosas actual. A pesar de que trata de matizar su jornada del sábado con humor y nostalgia, entiendo perfectamente de lo que se trata todo esto: el lucro a costa de la enajenación. Antes que nada, no quiero decir que el todo el trabajo de los creadores japoneses persiga ese fin. En el mundo del capital es común que los artistas tengan que ceder a ciertas presiones para que su obra pueda exhibirse. De hecho, algunos ni siquiera hacen esto y se dedican a crear sin concesiones, siendo esas obras ejemplos magníficos de un modo de ver el mundo totalmente diferente al del mundo occidental. Empero, la gran mayoría de los productos salidos de esas salas de animación y restiradores son basura mental, y con tristeza soy testigo de la rentabilidad de producirla.
Un “otaku” es básicamente un coleccionista. Dedica la mayor parte de su tiempo libre en adquirir bienes materiales a cualquier costo: desde recuerdos como llaveros o calcomanías hasta costosas figuras o colecciones completas de discos. Su status frente a los demás compañeros de afición se basa en la cantidad de cosas que posea. Si no tiene muchos recursos económicos tratará de entrar al círculo de los que sí adquiriendo un conocimiento exhaustivo en la materia, rayando en lo enciclopédico. Éste lo obtiene bien leyendo sobre el tema, a través de amigos o adquiriendo reproducciones “ilegales”.
El hecho de adquirir prestigio a través de cosas materiales es una constante de las sociedades de consumo, tanto más en este ámbito social, y es deleznable. Además de que el esfuerzo de conocer de memoria los pormenores de una serie famosa que posiblemente haya sido alargada por las presiones de inversionistas no se traduce en un mejoramiento de la persona, y sólo responde a un deseo de no quedarse atrás en la carrera del progreso. Un sentimiento mecánico, por absurdo y contradictorio que parezca.
En el otaku se da un fenómeno que se repite a lo largo y ancho de la civilización: la destrucción del espíritu humano por complacer a una estructura mercantilista. En los primeros tiempos del libre mercado, los comerciantes se conformaban con lucrar con productos. En estos tiempos se comercia con ideas, se intercambian sensaciones y en cualquier esquina se puede adquirir un sucedáneo de “alma”. El mundo organizado se ha encargado de separar a las personas y de quitarles la capacidad de reflexión para inocular en ellas sustitutos artificiales, acordes a sus intereses, y claro, con un precio. Los otakus son diferentes a otras personas sólo en que fueron capaces de encontrar un lugar al cual pertenecer a través de estas creaciones traídas de Oriente. Llenaron parte de su vacío mental (hay que aceptarlo, todos nosotros tenemos una capacidad mental que necesitamos usar, no sólo porque es útil, es nuestra naturaleza) con historias de héroes legendarios, escenarios post-apocalípticos y galimatías tipográficos. Son parte de la misma audiencia pasiva de siempre, aunque algo más “sofisticada” y “exótica”, adjetivos que bien pueden explicar el éxito de esta corriente de consumo. Los casos de enajenación extrema (como los “cosplayers”) que tanto divierten al vulgo que gusta del espectáculo sensacionalista son fáciles de explicar cuando se toma en cuenta de que este estilo de vida es una creación artificial. Evidentemente son resultado de la extrema debilidad psíquica de personas atrapadas sin remedio en esta espiral de capitalismo voraz. Son los desechos de la sociedad basada en el materialismo: la persona convertida en un objeto, el triunfo de la mercadotecnia. Son ejemplos de lo que puede aguardarnos en un futuro: la humanidad como una masa informe de seres solitarios unidos sólo por símbolos y relaciones comerciales, que necesitarán ruidos estridentes o una luz brillante para evitar la muerte cerebral.
“Me disculpo por las últimas líneas”, me dijo Rufus terminó de hablar. Dijo haber pasado una semana demasiado aletargada mentalmente: “Creo que he pasado demasiado tiempo en América”.
“¿Un consejo algo más aterrizado?” pregunté.
“No todo lo bueno del mundo viene de Japón, ni todo lo que viene de Japón es bueno. Nunca comería pez globo, por ejemplo”.
2 comentarios:
mmmm... sushi... el sushi es japones?... no se, es lo mismo
Si le ponen chile verde o lo cocinan de manera distinta deja de ser japonés, pero sí, el sushi es nipón.
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