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lunes, 20 de noviembre de 2006

El castillo (Realidad Pt. 2)


¿Imágenes oscuras de vampiros en besos de sangre? Los que las usan no conocen la sobriedad ni lo profundamente triste que puede ser una foto del desierto, justo como ésta.




Estás sentado en medio de una plaza. Es de día. Puedes ver a toda la gente pasar, a los niños jugando con las palomas, los boleros esperando clientes. Es extraño, pero el concreto parece húmedo y poroso. El charco de la esquina refleja la luz del sol. Mueves la cabeza para ver, y el agua brilla. Te quedas encandilado por un momento. Una mancha cubre tu visión unos momentos. Puedes hacerla bailar, hacer que salte a los autos sólo con voltear a otro lado. Poco a poco, se desvanece. Sirve también con una manchita en la ventana de un autobús.

Caminas por la calle. Los escaparates de las tiendas muestran sus mercancías. Pasas por una óptica. Los adornos son profusos. Juguetes, fotos, pedestales, luces, todo para disimular lo aburrido de las lentes y los armazones.

Estás platicando con un amigo. ¿Estás con él por que no tienes nada que hacer más que oírlo, porque necesitas algo, o sólo no quieres estar solo? No importa. De repente llega otra persona. Es alguien que les cae mal a los dos. Los saluda y ustedes le devuelven el saludo. Él o ella se van. Tu amigo ni siquiera repara en decir algo, sólo sigue la conversación como si nada hubiera pasado. Piensas en el extraño. ¿Sabrá que le caigo mal? ¿Qué tal si no? ¿Y si sí sabe? Tu amigo te despierta de tus ensoñaciones, y te unes a su indiferencia.

Un día cualquiera, te encuentras a una persona que hacía mucho tiempo no veías. Se saludan, se enteran de las noticias de cada quién (las que puedan decirse en cinco minutos), y luego cada quien sigue su camino. Se te ocurre pedirle su teléfono, para hablarle después. Te volteas, y él o ella ya han doblado la esquina. Te sonríes, pensando en que volverán a verse. ¿Será cierto?

La bruma de la memoria, que envuelve a la vida, cae lentamente sobre nosotros. Es densa y fría. Es como un gran valle. Cada uno vive en una ermita en lo alto de una montaña. Todo lo que conoces es sólo una gruta en la piedra, el pueblo vecino, y la inmensidad arriba de ti. Todo se ve tan pequeño desde arriba que no puedes creer que aquél valle sea tan enorme. Y es sólo una parte. El horizonte, la frontera final, divide el mundo interior del exterior. Nunca veremos todos los horizontes. Más allá está el desierto, la extensión infinita, a la que pertenecen todas las leyendas y todos los olvidos. No es que los que entran en él perezcan, o se desvanezcan en la arena. Es sólo que no podemos ver más allá de nuestro horizonte. El mundo exterior nos está vedado para siempre.

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