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martes, 6 de noviembre de 2007

Al diablo con Disney (I)


Como lo prometí en el anterior: trabajos finales = puras tonterías.

Yo nunca vi el Rey León cuando era niño. No fui cuando estaba en el cine, ni la vi cuando salió en video. Ni falta que me hizo. Cuando por fin pude romper con ese ciclo kármico (porque pienso que en una vida anterior fui una persona desobligada que ahora tiene que vivir toda reprimida si quiere limpiar su alma) y me senté a verla, me aburrí. Y no me sorprende. De hecho, la encuentro brutal y chocante desde un punto de vista ideológico.

El Serengeti vive una monarquía teocrática regida por el miedo, miedo a ser comido por Mufasa y el resto de la familia real. Nos pintan la existencia del príncipe Simba como una llena de lujos y comodidad. Su mismo nacimiento fue un ritual de culto al poder reinante. Rafiki es el símbolo de la religión de estado, delirante y anacrónica, que justifica al status quo, y llena la cabeza de la camada real con ínfulas de superioridad. Zazú bien puede ser la personificación del poder aplastante de un Estado que todo lo ve y todo lo sabe: él es un pájaro que vuela por toda la sabana, y es una extensión de la vista del rey. Sus ojos y oídos pueden escrutar en los secretos más íntimos de la población subyugada por el clan de los leones, una de tantas castas en las que está dividida la sociedad, de las que no pueden salir. Aquellos que han elegido vivir fuera de esta estructura asfixiante son exiliados, sobreviviendo con los alimentos que nadie se atreve a comer. El mismo Simba tuvo que resistir esa frugal existencia cuando su padre fue asesinado a traición por su propio hermano, justo frente a sus ojos de cachorro, y sus derechos de sucesión fueron violados. Pero ni todas las enseñanzas que recibió sobre la vida sencilla bastaron para borrar de su mente su adoctrinamiento de niño: él había nacido para ser rey. El "espíritu" de su padre en persona se lo dijo. No le quedó más que volver a reclamar su lugar, y matar a su tío. Y como ya dijimos, la filosofía de Timón y Pumba no fue suficiente para abrirle los ojos, y una vez sorteado el único obstáculo que tenía, consuma su "destino" y perpetúa el ciclo de dominación establecido desde tiempo inmemorial, o "ciclo de la vida", como lo llama esta repugnante obra de propaganda. Lo más horrible es que fue diseñada para los niños. ¿Son estos los ejemplos que queremos darles? ¿Queremos que crean que su existencia carece de sentido si no se apegan a lo que la superestructura de la sociedad les ha deparado? ¿Que un estado de cosas opresivo es justificable sólo porque así ha sido siempre, y por lo tanto así debe de seguir? ¿Que la tiranía es el mejor gobierno? ¿Que el más fuerte, y no el más inteligente o hábil debe dominar, y que debemos aceptar aliarnos seres de esa calaña, déspotas y plutócratas, únicamente por tener algunos privilegios o prestigio? De verdad, compañeros, no me gustaría vivir en Oceanía, pero tal parece que al gran capital le interesa la implantación de gobiernos fascistas en el mundo, y se vale de instrumentos muy poderosos, en este caso el cine. Sabe dónde atacar: las mentes impresionables de los niños (y de la gente con esa edad mental: ¿cómo puede un adulto lamentar la muerte de un rey-dios?) que gustosos aceptan el lavado de cerebro a cambio de satisfacer su curiosidad natural. Los conceptos enmascarados entre musicales e imágenes fastuosas de animales y paisajes quedan allí, en su subconsciente, y son la semilla de lo que en la vida adulta será en lo que crean y confíen. Y no sólo implantan en su psique este tipo de sucedáneos de ideas políticas, sino que aprovechan para dar arquetipos "morales" y actitudes "deseables". En las próximos días y semanas, si no somos víctimas de la censura o de desaparición forzada, presentaremos argumentos que prueban esta teoría y mostraremos el verdadero rostro de estas piezas que llamamos "entretenimiento".

Queda de ustedes

Un ciudadano preocupado

1 comentario:

Momus dijo...

Lee Siddharta de Herman Hesse, muchas similitudes.